Voy a contar la historia de Llico. O mi historia de Llico más bien, que envuelve uno de los momentos más conflictivos que tuve mientras estuve trabajando en la reconstrucción y que se me viene a la memoria de mano de, por supuesto, lo que hemos visto este día, lo que está ocurriendo a estar horas (evacuación) y lo que tanto se discute a nivel político y ciudadano cuando se habla de la reconstrucción, me refiero al dónde y al qué reconstruir. 


Llico es una localidad de la comuna de Vichuquén, comuna bendecida con una belleza incansable, con una puesta de sol que daría para grabar con una cámara de celular una comercial de esos bien vaporosos de perfume francés, bendita –en particular- con un lago, un río y el mar. El problema es que hoy bien sabemos que cuando el agua se descontrola deja de ser sólo el sustento de nuestra civilización y se transforma en la fuerza más letal que existe en nuestra naturaleza. La comuna de Vichuquén, como decía, tiene estas tres manifestaciones de agua, pero Llico se ve especialmente favorecido (?) por ello, pues ese sector que pueden ver en el mapa que tiene el lago Vichuquén a su espalda, el océano pacífico al frente y el río Llico a uno de sus costados. No necesito explicarles –ya lo vieron y si no se acordaban, probablemente lo recordaron hoy- cómo quedó ese sector cuando fuimos protagonistas de nuestro propio maremoto. La gente me explicaba que el río un bendito 27 de Febrero decidió tener más protagonismo, y ser él donde desembocara el mar, pero la pega le quedó grande, las olas empezaron a azotar y el río –sobrepasado- empezó a inundar los campos que lo bordeaban, las casas de sus vecinos, y llevarse a un par de ellos en el camino. No le gustaba que lo vieran fracasar.

Así quedó Llico, con sus habitantes bajo los árboles del cerro que los aísla del resto del mundo y, cuando llegaron “los ricos del lago”*, en mediaguas donadas por ellos y construidas en ese mismo cerro.  Cuando llegué yo, acompañada de un algunos funcionarios municipales, a visitar a las más de 90 familias de la lista de beneficiarios de mediaguas según la municipalidad, me enfrenté por primera vez a la incómoda situación de que no me contaran sus historias, sino que me exigieran su mediagua, su segunda mediagua, porque eso era lo que les “habían prometido”. No me voy a meter en el conflicto político de fondo que hubo aquí, quizás en otro momento lo haga, sino que me quiero enfocar en dos cosas, la situación de los habitantes de Llico en particular, y la reacción personal.

En cuanto a los “lliquenses” (?), sus casas habían sido devastadas. En mi torpeza hice esa clásica pregunta que uno se arrepiente cuando ve la cara del que le va a responder (tipo, “y cómo está tu polola?”, sin saber que terminaron recién) pero mi pregunta fue ¿Y dónde está su casa?, sólo para que me indicaran un espacio desierto, húmedo, oscuro y con madera apilada alrededor, que definitivamente fueron en su mejor momento, las murallas de su hogar. Esa historia se repetía por muchos, pero –y aquí viene el problema- cuando contemplábamos la opción de construir la mediagua, a la pregunta dónde, la respuesta era “aquí”. No soy oceanógrafa, ni geógrafa (Dios me libre!), tampoco ingeniera y ningún interés en la construcción, pero el mismo sentido común que me dice que con un terremoto de 8.8 hay que decretar alerta de tsunami (sí, palo), me dice que no puedo emplazar la vivienda de emergencia en el mismo lugar donde estaba la anterior y que fue arrasada por el mar. Esa discusión la tuve repetidas veces ese día, y lo que para mi parecía tan lógico, para algunas de las personas parecía simplemente un insulto. Algunos, claro, no bajaban del cerro ni para comprar y habían decidido quedarse allí y reconstruir allí, lejos del agua que los rodea, lejos del agua que les arrasó la vida.

¿Qué pasa hoy con las personas de Llico?, hoy, 11 de Marzo, en que tenemos alerta de tsunami nuevamente, en que el agua amenaza nuevamente, ¿temerán?, ¿dejarán sus casas y partirán al cerro?. Prometo que cuando hablaban de cómo se estaba planificando la evacuación volví casi presencialmente a Llico y me vi compartiendo nuevamente una camioneta municipal, avisándole a las personas, que sí, por ese terremoto que ocurrió por allá lejos en Japón, ellos nuevamente corrían el riesgo de perderlo todo, y perderse a ellos mismos.

El temor y la tozudez pueden manifestarse más en conjunto de lo que uno piensa frente a una misma situación, o quizás incluso van de la mano. En lo personal Llico me dejó –aparte del sinsabor de la experiencia misma de verme involucrada en una promesa política de la que no era parte- con uno de los cuestionamientos más grandes respecto de la reconstrucción y que tiene que ver directamente con el dónde. ¿Será que Chile simplemente no se puede permitir un borde costero habitable?, y entonces, qué hacemos con el pescador para que salga a pescar, ¿dónde vive? La respuesta evidentemente no la tengo yo, pero ante estas emergencias en las que nos vemos involucrados, vale la pena darle una vuelta. Porque, con la mano en el corazón, ¿Cómo viviríamos si cada vez que hay un terremoto importante tuviésemos que abandonar todas nuestras pertenencias, nuestra historia, para salvar la vida?




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*Así le llaman a las personas –generalmente santiaguinos- que tienen unas casas tremendas y que jamás pude ver porque están internadas en el bosque a orillas del lago y lejos del camino.

Si quieren ver imágenes de Llico después del terremoto, existe esta Galería de Terra


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